A MI PUEBLO SAN CEBRIÁN DE CASTRO

¿Quién dice que los
primeros años de nuestra niñez no cuentan?
Son los más importantes de nuestra vida,
donde se forjan los sueños, donde recoges los frutos
del amor de la familia, la amistad, y el apego a todo
cuanto te ha hecho sentir feliz.
A partir de esta edad tuve que alejarme,
vivir fuera de tu entorno, pero grabé tu
nombre en lo más profundo de mi corazón.
En esas tardes, me acompañaba el olor a pan recién hecho,
a tierra mojada rebaño y huerto.
Nunca se fue de mi retina el oleaje

que formaba el trigo en su lejanía
olas verdes secando al sol, que el viento

mecía anunciando la siesta, esa hora
sagrada de reposo obligado para mitigar el calor sofocante.
Nunca he olvidado esa época de mi vida,
la mantuve conmigo acariciando cada vivencia
que, como flores frescas he regado y cuidado
para que nunca se marchiten.
No puedo dejar que se alejen los bellos recuerdos,
cuando a veces intentan alejarse,
los busco en el espacio y el tiempo,
y regresan de puntilla como pidiendo
permiso a ese otro tiempo que me ocupa donde mora
lo presente, lo florido y sublime, y hace que se escurra
de mi mente tanto bello recuerdo sin darme apenas cuenta.
Cuando eso ocurre, me noto vacío, como si me faltara
algo que me pertenece y forma parte del alimento
que me nutre, que me mantiene vivo.
El tiempo pasa inevitablemente y solemos dar prioridad
al presente, pero el pasado si ha dejado huella no
deja de llamar nuestra atención
como niño pequeño que necesita mimos y juego.
He aquí amor por lo vivido. ¡Me rindo ante ti pueblo querido!,
y ante los que se alejaron dejando un tesoro de bondad, amor y cariño.
Me rindo ante tus noches de verano calurosos, donde los vecinos salen a su puerta a compartir recuerdos sentimientos y amistad,
esa tertulia tan de pueblo que en ti no se ha perdido
y me evoca a mi niñez, en esas tardes noches de tertulia,
donde me enseñaron a querer a mi tierra con devoción y respeto
Me dormía siempre escuchando las vivencias de unos abuelos
que dejaron parte de su vida destrozada a jirones por la escases de medios de un tiempo que no fue fácil para nadie,
esas noches de luna clara que iluminaba el campo y daba acicate
al canto de chicharras y pajarillos nocturnos, así como a las ranas
que descansaban en el arroyuelo
donde tantos momentos gratos me hizo pasar y más de un susto
al saltar por sus malezas, como animalillo salvaje.
Me rindo ante ti, ¡Pueblo querido!, ante mi estirpe,
y ante la Virgen del Realengo que te da prestigio.
-La Virgen Del Realengo-, patrona tan querida y venerada por mi familia especialmente por mi madre, su devoción a ella era muy grande.
San Cebrián, pueblo que me vio nacer.
Que tu recuerdo no me abandone nunca, que florezca cada día
igual que los campos florecen con el agua de la lluvia.


Saludos Cordiales



Fermín Blanco

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